martes, 20 de noviembre de 2012

My own way

Hace tiempo comencé a descarriarme, como si fuera una burda oveja negra que se ha colado en el rebaño equivocado. Yo nunca me he dado cuenta de ir mal, hasta que he estado demasiado lejos de mi camino y lo he podido ver a lo lejos. Ahora intento hacerme a la idea de que es una racha, de que pronto volveré a encaminarme correctamente, pero soy un caso perdido. Siguiendo este ritmo, jamás voy a conseguir las metas que miles de veces me he propuesto. Y por mucho que me proponga cincuenta veces cambiar, sigo haciendo lo mismo: pierdo el tiempo en mil tonterías pensando en las pocas ganas que tengo de hacer todo, en las pocas ganas que tengo de vivir, me centro en mis problemas de adolescente inmaduro en vez de centrarme en mi futuro, prometedor al principio, lejano ahora. 

¿Que a qué espero? Espero, quizás, a mi musa. Quizás no espero nada, sino un empujón, y no uno pequeño, sino uno gigantesco. Una patada de voluntad, un puñetazo de autoestima. Un puñado de ganas que brillen en la oscuridad. Ganas por doquier. Ganas de vivir, de ir corriendo hasta mi camino, y continuarlo. Ganas de dejar atrás los años que no me han dado ningún fruto, olvidarlos en un cajón y dejarlos ahí hasta el día en el que quiera recordar mis años de penumbra y de vagar sin sentido por la vida.

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