jueves, 1 de noviembre de 2012

Cristal etéreo

Ella era blanca, de terciopelo. Él era suave, con los pies clavados en el suelo. Cuando ella batía sus alas, lo arrastraba hasta quedarse sin aliento, suspendido en el aire y en el viento. No es de extrañar que ese amor no funcionara, que ella se entusiasmara, haciendo que él no pudiera respirar. Lo mataba. Les separaba un cristal invisible, donde ella posaba la mano para que él respondiera, sintiéndose cerca pero estando, aún así, apartados el uno del otro. Podían sentirse latir los corazones ya desgastados. Ella no sentía el mismo afán por volar, así que pasaba la mayor parte del tiempo yaciendo en la tierra mojada y sin vida. Él la miraba, como casi siempre, a través del cristal. Ella era libre pero aún así, estaba atada con cadenas imperceptibles. La luz de sus alas cada vez más se atenuaba. Ella le miró, con ojos etéreos, tornando ese azul al oscuro negro. Él devolvió la mirada atónito. Ella corrió hacia el cristal y milagrosamente éste se rompió, clavándose cada uno de los fragmentos en su cuerpo, creando así el río más rojo y doloroso que él hubiera observado jamás. Sus lágrimas de acero se precipitaron por sus ojos de miel, cargando así el paisaje bochornoso que estaba ocurriendo. Ella abrió los ojos por última vez, diciendo: la única razón que tenía para volar eras tú. Sus ojos, por ese instante, volvieron a ser azules, aquél azul que él tanto amaba, que tanto necesitaba ver aunque fuera por última vez. Él notó el peso de la mano inerte en su regazo, y se quedó sin aliento, pues la única fuente que le proporcionaba la vida, era ella.

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