jueves, 10 de mayo de 2012

Soldado encadenado

¿Cómo será su mujer? ¿Y su hija? Hay cierta curiosidad multitudinaria sobre las medidas de su miembro. Es tan extraño ese ser. Su conocimiento es extraordinario, su belleza interior no sale demasiado a la luz, pero se ve, se nota. Nos llama soldados, nos tiene dormidos, atados. Y no se percata de la cárcel en la que nos tiene encerrados. Su mirada se clava en ti si abandonas tu puesto. Si no le miras, habla más fuerte. Es vulnerable y temido a la vez. Si no fuera así, más de uno se habría marchado. De vez en cuando hierven las voces, se alzan mínimamente y ya amenaza con su grave tono y su intensa mirada. Se calca el brillo del sol en la corona que con la edad arrastra. Los dedos huesudos acompañan a las palabras que oigo de fondo, sin prestar atención. Habla de escondites. Creo que subliminalmente nos dice una forma de escapar. Y... provoca alguna risa. Es raro y único el momento en el que las masas ríen con él, y se dibuja en su rostro una real sonrisa de satisfacción.

Creo que he alcanzado el máximo que mi cerebro puede pensar, y él sigue, ¿no se cansa? Qué mente tan privilegiada la suya.

Me da miedo alzar la vista y mirarle directamente a los ojos, como si de la cabeza de Medusa se tratara. Le evito descaradamente, mirando al frente, a unas letras que parecen una reproducción barata de dos siglos de historia.

Se acabó, he perdido otra vez esta batalla.

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